Tómate un momento para leer lentamente estos versículos: “Como el ciervo brama por las corrientes de agua, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré ante Dios?” (Salmo 42:1,2).
¿Ves al ciervo? ¿Te ves a ti mismo? ¿Puedes imaginar a tu Señor con los brazos abiertos, invitándote a sentarte con él y respirar su paz para que te refresques con su perspectiva?
Vivimos en un mundo bullicioso. El ruido puede convertirse en una especie de manta de seguridad para protegernos, distraernos y entretenernos, día y noche. El silencio resulta incómodo. Pero inmersos en el sonido, no escucharemos lo que el ruido ahoga: el llamado a entrar en la tranquilidad para ser refrescados por Dios.
En otra parte de la Escritura, escuchamos la tremenda invitación de Dios: “¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas! Y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:1-3).
Padre, gracias por la invitación al descanso. Por tu Espíritu, ayúdanos a ver dónde el ruido necesita ser suplantado por la tranquilidad. Danos gracia para cambiar nuestros caminos. Amén.