Le supliqué a Dios que llevara lejos el cáncer de mi amiga. Ella era una fuerza de la naturaleza con una personalidad arrolladora. Si alguien podía vencer al cáncer, sabía que ella podía.

Así que razoné con Dios, ofreciendo argumentos muy lógicos: Su esposo y sus hijos la necesitan. Sus amigos y estudiantes la necesitan. Aún puede ser un testimonio del evangelio mientras esté aquí. Pero Dios dijo que no. A pesar de las oraciones, las súplicas llorosas y los argumentos sólidos, se llevó a mi amiga a su verdadero hogar, dejando atrás a su devastada familia y amigos.

En el Huerto de Getsemaní, un Jesús angustiado suplicó a su Padre, en dos ocasiones, que le apartara el cáliz del sufrimiento. Dios dijo que no. Así que Jesús dijo: ‘Hágase tu voluntad’ (Mateo 26:42) y se dirigió a la cruz, donde moriría y triunfaría sobre la muerte por nosotros.

El apóstol Pablo suplicó a Dios que le quitara su ‘aguijón en la carne’. Le pidió a Dios, en tres ocasiones, que lo quitara. Dios dijo que no. Así que Pablo continuó con su obra del evangelio, diciendo: ‘Por lo cual, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo’ (2 Corintios 12:9).

A veces no es la respuesta de Dios, aunque lo detestemos. Luchamos contra eso, pataleando y gritando como niños pequeños, golpeando con nuestros puños y gritando para salirnos con la nuestra. Pero al igual que un padre sabio y paciente que sabe lo que es mejor para su hijo, a veces Dios dice que no.

Señor, permítenos aceptar tu no, sabiendo que es parte de tu plan perfecto para nuestras vidas. Amén.