Mi hijo participaba en el equipo de campo a través de su escuela secundaria. En su primera competencia, presenciamos algo sorprendente en la línea de meta. Por supuesto, los primeros corredores terminaron entre una explosión de vítores. Pero si te quedabas hasta el amargo final, el último corredor también recibía aplausos y gritos de ánimo de los espectadores que quedaban. Era algo hermoso.
Jesús una vez contó una historia a sus seguidores para explicar algo acerca del reino de los cielos. En la historia, un dueño de viñedo contrata a un grupo de trabajadores al amanecer. Trabajan durante horas bajo el sol abrasador. A medida que avanza la historia, el dueño contrata a un grupo final de trabajadores a las 5:00 p.m. que terminan trabajando solo una hora.
Cuando llega el momento de pagar a los trabajadores, todos reciben la misma cantidad, sin importar cuánto tiempo hayan trabajado. Los primeros contratados se quejan amargamente al dueño de la tierra. Él responde: “Quiero darle al último contratado lo mismo que les di a ustedes. ¿No tengo derecho a hacer lo que quiero con mi propio dinero? ¿O tienen envidia porque soy generoso?” (Mateo 20:14,15).
¿Injusto, verdad? Pero Jesús estaba haciendo hincapié en algo mucho más importante. Habrá tanta alegría en el cielo por aquel que confiese a Jesús en su lecho de muerte como la hay por el creyente de toda la vida.
¿Conoces a alguien que necesite escuchar acerca de Jesús mientras aún haya tiempo? Anima a ese último corredor. Comparte el amor de Dios con esa persona mientras aún respire.