Hace unas semanas, hice una pregunta peligrosa a nuestra iglesia: ‘¿Qué calificación le darías a tu vida de oración?’ Alrededor de 160 personas dieron sus respuestas en su mayoría poco inspiradoras: C+, D, B, D-. ‘Mi vida de oración carece de intencionalidad’. ‘Mi mente siempre está distraída’. La mayoría de las personas anhelaban ser mejores en la oración.

Me identifico con eso. A lo largo de los años, he predicado sobre la oración, leído libros sobre la oración y establecido metas en torno a la oración, pero no he llegado allí con la oración. No estoy cerca de donde quiero estar en mis conversaciones diarias con mi Padre.

Pero recientemente, Dios me mostró la clave para una gran vida de oración. Sucedió mientras estudiaba las palabras de Jesús: ‘Por tanto, el que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos’ (Mateo 18:4). ¿Qué es lo que hace que los niños sean tan grandes a los ojos de Jesús? Respuesta: saben que son indefensos. La razón por la cual los niños pequeños lloran ‘¡Mamá!’ cien veces al día es porque no tienen las habilidades para cocinar el almuerzo, el dinero para comprar juguetes o la altura para ver por encima de los adultos. Su indefensión los obliga a pedir ayuda.

Momento de iluminación. Cuando recordamos que somos indefensos sin Dios, nos obliga a orar humildemente. ‘Dios, sin ti no puedo amar a mi hermano. Ni criar a esta hija. Ni perdonar a mi ex. Ni convertir a mi amigo en cristiano. Ni escapar de esta vergüenza. Ni decir no a este pecado. Ni confiar en ti en esta tragedia. Te necesito, Dios. Todos los días, te necesito’.

Recordar nuestra posición humilde, como seres humanos indefensos, nos mantendrá hablando con Dios en oración.