Los romanos, como seguramente has escuchado, no amaban a los niños. No solo los abortaban con frecuencia, también los “exponían”, lo que significa que durante los primeros días después del nacimiento, la gente tomaba a sus pequeñitos y los dejaba afuera para que murieran. Si los niños estaban enfermos, discapacitados o tenían el “género equivocado” (las mujeres eran trágicamente subvaloradas), sus padres a menudo los exponían a los elementos y a los animales. Es un hecho histórico que resulta desgarrador imaginar siquiera por un segundo.

¿Pero adivina quiénes aparecieron para cambiar esa tragedia? Los cristianos. Los cristianos recogieron a los bebés, los adoptaron y los criaron como propios. De hecho, esto era tan común que las iglesias rápidamente se convirtieron en los lugares donde los paganos abandonaban a sus infantes. “Dejen a esos pequeños con la iglesia”, comenzaron a decir las personas paganas. “Los cristianos los amarán. Los cristianos se ocuparán de ellos”.

Hoy en día, podemos hacer lo mismo. Aunque mucho ha cambiado en los últimos dos milenios, la oportunidad de impresionar a nuestro mundo con nuestro amor sacrificial sigue siendo la misma. Considera las necesidades que te rodean, especialmente las necesidades relacionadas con embarazos no planificados, mientras reflexionas sobre las épicas palabras de Pablo: “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por lo tanto todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos y fue levantado nuevamente” (2 Corintios 5:14,15).