El 12 de septiembre de 2001, muchas personas en áreas remotas de Alaska no habían escuchado las noticias que sacudieron al mundo (el 9/11). Los cazadores estaban varados, esperando que sus pequeños aviones los recogieran. No tenían comunicación porque los teléfonos celulares eran todavía bastante nuevos y de todos modos no funcionaban allí. Finalmente, un senador de Alaska obtuvo permiso especial para que los aviones volaran, preocupado de que la gente entrara en pánico y comenzara a caminar o morir por falta de suministros.
Sabiendo el tipo de enojo e irritación que enfrentarían al aterrizar, los pilotos llevaron periódicos para explicar la magnitud de la situación y por qué llegaban tarde. El miedo y la ira se convirtieron en comprensión cuando las personas varadas vieron la verdad.
La inmensa tristeza y los problemas en esta tierra te hacen sentir como esos cazadores. No tienes idea de lo que está sucediendo. ¿Por qué no se están llevando a cabo los planes que hiciste? ¿Dónde está la persona que se supone que debe ayudarte? ¿Cómo va a terminar todo esto?
Es fácil hacer las mismas preguntas que hizo el rey David: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” (Salmo 13:1).
Quizás no obtengas las respuestas que buscas ahora, pero cuando los ángeles vengan volando para llevarte a casa al cielo, todo cobrará sentido. Hasta entonces, recuérdalo: “Pero yo en tu gran amor confío, mi corazón se alegra en tu salvación. Cantaré al Señor porque me ha tratado favorablemente” (Salmo 13:5,6).